Envejecimiento y malos tratos. Una responsabilidad compartida.
En la entrada de queremos compartir con vosotros el artículo escrito por Mayte Sancho sobre envejecimiento y malos tratos, publicado en el Diario Vasco con motivo del día mundial de la toma de conciencia contra el abuso y maltrato en la vejez
“15 de Junio, declarado por las Naciones Unidas como el Día mundial de la toma de conciencia contra el abuso y maltrato en la vejez, afrontamos la ineludible necesidad de reflexionar, debatir, comprometernos y luchar contra unas conductas intolerables que vulneran los derechos más elementales de las personas, de forma especialmente dolorosa cuando estas se encuentran en situación de vulnerabilidad, fragilidad y dependencia.
Se trata de un asunto complejo dado que carece de historia que lo registre: la problemática que encierra no ha sido identificada como tal en su especificidad hasta tiempos muy recientes. El maltrato en general ha precisado un largo proceso de visibilización en pugna con la antaño inviolable privacidad de los entornos domésticos que encerraban tan trágica realidad en la caja negra de los problemas personales. La socialización de esta cuestión se inició con la atención prestada hacia el maltrato infantil para posteriormente dirigirse hacia la despreciable violencia sufrida por muchas mujeres. Sólo en tiempos recientes, de forma paulatina, los malos tratos hacia las personas mayores han conseguido ser considerados como una situación susceptible de ser investigada y tratada por parte de los órganos con responsabilidad política.
Las razones de este proceso son múltiples, pero hay una, relacionada con el valor social de la vejez y los estereotipos que rodean a esta etapa de la vida, que sin duda preside la causalidad de esta falta de interés ante situaciones tan evidentemente dramáticas. Estamos todavía ante una percepción distorsionada sobre la realidad de este grupo de población en virtud de su falsa identificación del mismo con la enfermedad, la dependencia, la fragilidad, las carencias y, en consecuencia, la carga social. Estas representaciones sociales generan una clara infravaloración de la vejez como etapa de la vida que hace posible que nuestra sociedad pueda convivir con un grado de tolerancia excesivo ante situaciones que en cualquier otro grupo de población serían inadmisibles.
Bajo el concepto “Malos tratos a personas mayores” se integra un conjunto, a veces demasiado amplio, de situaciones que comprenden desde conductas que constituyen un flagrante delito (violencia física o psíquica, abuso económico, abandono, negligencia….) y que requieren de intervención judicial inmediata, a una innumerable lista de comportamientos, actitudes, o maneras de comprender el trato hacia las personas mayores que denigran su dignidad y sus derechos. Hablamos de prácticas que están incorporadas a lo cotidiano y que, si bien en principio no son constitutivas de delito, resulta urgente repensar en el ámbito de las conductas individuales, sociales e institucionales.
Según el estudio de prevalencia realizado en 2010 por el Gobierno Vasco, el número de personas mayores que son víctimas de malos tratos asciende a cerca de 13.000, cifra que debe generar alarma social, a pesar de que nos sitúa en los índices más bajos de los países que han realizado estudios similares. En los ámbitos investigadores sabemos, en todo caso, que este dato sólo manifiesta la punta de un iceberg cuya profundidad todavía desconocemos dado que el dramático mundo de los malos tratos está lleno de limitaciones, negaciones y prejuicios. En ese sentido resulta especialmente sangrante la inaccesibilidad hacia la información que podría proveer un numeroso grupo de personas, las que padecen demencia, que están en el centro de este problema y cuyo discurso no se alcanza a través de entrevistas y cuestionarios.
Por otra parte, los trabajadores de los ámbitos sociales o sanitarios que, hoy más que nunca, desempeñan sus competencias con alto grado de profesionalidad, han incorporado determinadas prácticas, en muchos casos protocolizadas y recogidas en su correspondiente normativa, que, sin duda, serían puestas en cuestión si se refiriesen a otro sector de población: infantilización en el trato y en las actividades que se proponen a las personas mayores, horarios y normas rígidas en residencias que alejan a las personas de su vida habitual en los últimos años de su existencia, restricciones físicas o farmacológicas decididas en base a la seguridad de la organización y de “su bien” y, en definitiva, acciones que niegan la autonomía y la libertad precisamente en la etapa de la vida en que más se pueden ejercer.
La lucha contra este tipo de situaciones pasa por un itinerario ya conocido en Euskadi que, aunque con carencias, se está intentando llevar a cabo: conocer para actuar, sensibilizar, formar e intervenir de la forma más eficaz. El trabajo de las instituciones, en todo caso, resultará insuficiente mientras no se imponga una urgente generalización de la cultura del buen trato asociada a otras formas de entender la atención a las personas que necesitan ayuda. Esta debe basarse en un marco ético presidido por la defensa de la dignidad de las personas y la promoción de su autonomía; de su capacidad de decisión. El buen trato presupone la profesionalidad, pero impone la cordura, el respeto a las preferencias y a la autonomía de las personas, la obligación de escuchar, de entender que detrás de una persona con demencia hay una vida con una larga historia que merece ser tenida en cuenta. En ese sentido precisamos abandonar el innecesario paternalismo que en tantas ocasiones rige las relaciones que establecemos con las personas mayores y comprendamos que a cualquier edad asumimos riesgos. ¿Por qué en la vejez todo está decidido en pro de una “seguridad” no siempre solicitada? Pongámonos en su lugar y evitaremos muchas situaciones que no desearíamos para nosotros. Este principio entraña una buena fórmula primaria de prevención, aunque no la única. Para erradicar esta lacra social necesitamos el compromiso de todos: personas que envejecen, familias que cuidan, profesionales de diferentes procedencias, proveedores de servicios, responsables de las políticas públicas, medios de comunicación… No podemos, ya no más, tolerar lo que no deseamos para nosotros.”
Artículo publicado en Diario Vasco con fecha 15/06/2013